Me encontraba en
la segunda asignatura del día. La profesora llega cada mañana con un tema más
polémico que el anterior: el papel de la mujer en la sociedad, el racismo,
cultura, matrimonio, socialización. Asuntos debatibles y relevantes. Siempre de
conversación, aunque sus clases, para mí, son aburridas. Estaba impaciente
porque terminara la clase. Miraba el reloj cada minuto; el tiempo parecía
haberse detenido.
Por fin
concluyó la clase. Salí del aula, y me dirigí hacia el fumadero. Me recosté en
el pasto y me quedé mirando el cielo, como siempre, estaba azul con unas lindas
nubes. A lo lejos, podía ver los arboles, los edificios y algunos estudiantes
sentados cómodamente en el césped, leyendo, conversando, descansando, tomando
el almuerzo.
Comencé a
leer para mi siguiente clase. Cuando iba por la mitad, me di cuenta de que no
había prestado atención a nada. Volví a empezar, pero fue un vano intento. Dejé
las hojas a mi costado y miré a mi alrededor. Todos se veían despreocupados,
como si nada les importara. Me sentí una imbécil allí sentada, sola, queriendo
aprender algo que ya no sabía si era de mi interés. Me pregunté: ¿De qué me
serviría todo esto? Tantos textos, tantos estudios, tanta cultura, tanta
sabiduría... Tuve la triste sensación de que estaba perdiendo el tiempo en algo
que ya no me importaba, o tal vez estaba confundida.
Empecé a
darme cuenta que no era lo que yo esperaba. Las materias ya no las veía con la
misma distinción. Acaso ¿esta confusión era temporal? Lo pensé mucho, incluso,
hasta me sentí presionada. Caminé hasta mi última clase. Al llegar me senté y traté
de prestar atención. Fue imposible. En el fondo, no dejaba de pensar en mi
problemática, ni tampoco logré captar gran información de lo que decía el
profesor.
Al
finalizar, me retiré a casa. En todo el camino no dejé de pensar, qué podía
hacer. Llegué con mi mamá, y obviamente al notarme extraña, comenzó a sacarme
la sopa. Le conté todo, que ya no estaba segura de la carrera, que me sentía
muy presionada, que mejor iba a dejar pasar un lapso e iniciar lo que realmente
quería, la carrera de psicología, y para no perder el
tiempo, me fijaría en trabajar. Mi mamá muy disgustada y decepcionada,
emprendió una gran charla conmigo. Se negó a que dejara la escuela. Me aconsejó
que cambiara de carrera o que mejor me saliera y dejara de gastar en balde. Me
recordó aquel refrán: “Si no puedes lo que quieres, quiere lo que puedes.” El
problema es que no me sentía capaz de lograr aquello que me apasionaba.
Aún no sé
qué hacer. Tengo poco tiempo para pensar en una buena solución.
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