domingo, 21 de octubre de 2012

Si no puedes lo que quieres, quiere lo que puedes

lunes. 

Me encontraba en la segunda asignatura del día. La profesora llega cada mañana con un tema más polémico que el anterior: el papel de la mujer en la sociedad, el racismo, cultura, matrimonio, socialización. Asuntos debatibles y relevantes. Siempre de conversación, aunque sus clases, para mí, son aburridas. Estaba impaciente porque terminara la clase. Miraba el reloj cada minuto; el tiempo parecía haberse detenido.


Por fin concluyó la clase. Salí del aula, y me dirigí hacia el fumadero. Me recosté en el pasto y me quedé mirando el cielo, como siempre, estaba azul con unas lindas nubes. A lo lejos, podía ver los arboles, los edificios y algunos estudiantes sentados cómodamente en el césped, leyendo, conversando, descansando, tomando el almuerzo.


Comencé a leer para mi siguiente clase. Cuando iba por la mitad, me di cuenta de que no había prestado atención a nada. Volví a empezar, pero fue un vano intento. Dejé las hojas a mi costado y miré a mi alrededor. Todos se veían despreocupados, como si nada les importara. Me sentí una imbécil allí sentada, sola, queriendo aprender algo que ya no sabía si era de mi interés. Me pregunté: ¿De qué me serviría todo esto? Tantos textos, tantos estudios, tanta cultura, tanta sabiduría... Tuve la triste sensación de que estaba perdiendo el tiempo en algo que ya no me importaba, o tal vez estaba confundida.


Empecé a darme cuenta que no era lo que yo esperaba. Las materias ya no las veía con la misma distinción. Acaso ¿esta confusión era temporal? Lo pensé mucho, incluso, hasta me sentí presionada. Caminé hasta mi última clase. Al llegar me senté y traté de prestar atención. Fue imposible. En el fondo, no dejaba de pensar en mi problemática, ni tampoco logré captar gran información de lo que decía el profesor.


Al finalizar, me retiré a casa. En todo el camino no dejé de pensar, qué podía hacer. Llegué con mi mamá, y obviamente al notarme extraña, comenzó a sacarme la sopa. Le conté todo, que ya no estaba segura de la carrera, que me sentía muy presionada, que mejor iba a dejar pasar un lapso e iniciar lo que realmente quería, la carrera de psicología, y para no perder el tiempo, me fijaría en trabajar. Mi mamá muy disgustada y decepcionada, emprendió una gran charla conmigo. Se negó a que dejara la escuela. Me aconsejó que cambiara de carrera o que mejor me saliera y dejara de gastar en balde. Me recordó aquel refrán: “Si no puedes lo que quieres, quiere lo que puedes.” El problema es que no me sentía capaz de lograr aquello que me apasionaba. 


Aún no sé qué hacer. Tengo poco tiempo para pensar en una buena solución. 

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